sábado, 4 de abril de 2009

ESTUDIO DE LA CIENCIA

La lectura que nos comunica y nos hace entender de cómo saber y analizar el mundo en que vivimos el hombre ha alcanzado una reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y exacta. Se basa que en este proceso construye un mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado “ciencia”, que puede caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por consiguiente falible. Las ciencias fácticas tienen que mirar las cosas, y, siempre que les sea posible, deben procurar cambiarlas deliberadamente para intentar descubrir en qué medida sus hipótesis se adecuan a los hechos. La matemática y la lógica son, en suma, ciencias deductivas. El proceso constructivo, en que la experiencia desempeña un gran papel de sugerencias, se limita a la formación de los puntos de partida (axiomas).
La coherencia es necesaria pero no suficiente en el campo de las ciencias de hechos: para anunciar que un enunciado es (probablemente) verdadero se requieren datos empíricos (proposiciones acerca de observaciones o experimentos). En última instancia, sólo la experiencia puede decirnos si una hipótesis relativa a cierto grupo de hechos materiales es adecuada o no. El mejor fundamento de esta regla metodológica que acabamos de enunciar es que la experiencia le ha enseñado a la humanidad que el conocimiento de hecho no es convencional, que si se busca la comprensión y el control de los hechos debe partirse de la experiencia. Pero la experiencia no garantizará que la hipótesis en cuestión sea la única verdadera: sólo nos dirá que es probablemente adecuada, sin excluir por ello la posibilidad de que un estudio ulterior pueda dar mejores aproximaciones en la reconstrucción conceptual del trozo de realidad escogido. El conocimiento fáctico, aunque racional, es esencialmente probable: dicho de otro modo: la inferencia científica es una red de inferencias deductivas (demostrativas) y probables inconcluyentes).
El conocimiento científico es fáctico, trasciende los hechos, descarta los hechos, produce nuevos hechos, y los explica, es analítica, Trata, de entender toda situación total en términos de sus componentes; intenta descubrir los elementos que explican su integración.
La investigación científica es especializada, tiende a estrechar la visión del científico individual; un único remedio ha resultado eficaz contra la unilateralidad profesional, y es una dosis de filosofía.
El conocimiento científico es claro y preciso, comunicable, verificable, sistemático, general, legal, intenta legar a la raíz de las cosas. Encuentra la esencia en las variables relevantes y en las relaciones invariantes entre ellas. La predicción científica se caracteriza por su perfectibilidad antes que por su certeza. Más aún, las predicciones que se hacen con la ayuda de reglas empíricas son a veces más exactas que las predicciones penosamente elaboradas con herramientas científicas (leyes, informaciones específicas y deducciones); tal es el caso con frecuencia, de los pronósticos meteorológicos, de la prognosis médica y de la profecía política. Pero en tanto que la profecía no es perfectible y, si falla, nos obliga a corregir nuestras suposiciones, alcanzando así una inteligencia más profunda. Por esto la profecía exitosa no es un aporte al conocimiento teórico, en tanto que la predicción científica fallida puede contribuir a él.
Las nociones acerca de nuestro medio, natural o social, o acerca del yo, no son finales: están todas en movimiento, todas son falibles. Siempre es concebible que pueda surgir una nueva situación (nuevas informaciones o nuevos trabajos teóricos) en que nuestras ideas, por firmemente establecidas que parezcan, resulten inadecuadas en algún sentido.
La sociedad moderna paga la investigación porque ha aprendido que la investigación rinde. Por este motivo, es redundante exhortar a los científicos a que produzcan conocimientos aplicables: no pueden dejar de hacerlo. Es cosa de los técnicos emplear el conocimiento científico con fines prácticos, y los políticos son los responsables de que la ciencia y la tecnología se empleen en beneficio de la humanidad. Los científicos pueden a lo sumo, aconsejar acerca de cómo puede hacerse uso racional, eficaz y bueno de la ciencia.
Pero la ciencia es útil en más de una manera. Además de constituir el fundamento de la tecnología, la ciencia es útil en la medida en que se la emplea en la edificación de concepciones del mundo que concuerdan con los hechos, y en la medida en que crea el hábito de adoptar una actitud de libre y valiente examen, en que acostumbra a la gente a poner a prueba sus afirmaciones y a argumentar correctamente. No menor es la utilidad que presta la ciencia como fuente de apasionantes rompecabezas filosóficos, y como modelo de la investigación filosófica.

La ciencia, conocimiento verificable.

El novelista aplicaba, al conocimiento acerca de la poesía y de su nombre el mismo criterio que podría apreciarse para apreciar la poesía misma: el gusto. Confundía así valores situados en niveles diferentes: el estético, perteneciente a la esfera de la sensibilidad, y el gnoseológico, que no obstante estar enraizado en la sensibilidad está enriquecido con una cualidad emergente: la razón.
Semejante confusión no es exclusiva de poetas: incluso Hume, en una obra célebre por su crítica mortífera de varios dogmas tradicionales escogió el gusto como criterio de verdad. En su Treatise of Human Nature (1739) puede leerse:2 “No es sólo en poesía y en música que debemos seguir nuestro gusto, sino también en la filosofía (que en aquella época incluía también a la ciencia). Finalmente, otros han favorecido las “verdades vitales” (o las “mentiras vitales”), esto es, las afirmaciones que se creen o no por conveniencia, independientemente de su fundamento racional y/o empírico. Es el caso de Nietzsche y los pragmatistas posteriores, todos los cuales han exagerado el indudable valor instrumental del conocimiento fáctico, al punto de afirmar que “la posesión de la verdad, lejos de ser (...) un fin en sí, es sólo un medio preliminar para alcanzar otras satisfacciones vitales”4, de donde “verdadero” es sinónimo de “útil”.

Veracidad y verificabilidad.

La veracidad, que es un objetivo, no caracteriza el conocimiento científico de manera tan inequívoca como el modo, medio o método por el cual la investigación científica plantea problemas y pone a prueba las soluciones propuestas.
En ocasiones, puede alcanzarse una verdad con sólo consultar un texto. Los propios científicos recurren a menudo a un argumento de autoridad atenuada: lo hacen siempre que emplean datos (empíricos o formales) obtenidos por otros investigadores cosa que no pueden dejar de hacer, pues la ciencia moderna es, cada vez más, una empresa social. Pero, por grande que sea la autoridad que se atribuye a una fuente jamás se la considera infalible: si se aceptan sus datos, es sólo provisionalmente y porque se presume que han sido obtenidos con procedimientos que concuerdan con el método científico, de manera que son reproducibles por quienquiera que se disponga a aplicar tales procedimientos.
La verificación de enunciados formales sólo incluye operaciones racionales, en tanto que las proposiciones que comunican información acerca de la naturaleza o de la sociedad han de ponerse a prueba por ciertos procedimientos empíricos tales como el recuento o la medición. Pues, aunque el conocimiento de los hechos no provienen de la experiencia pura, por ser la teoría un componente indispensable de la recolección de informaciones fácticas no hay otra manera de verificar nuestras sospechas que recurrir a la experiencia, tanto “pasiva” como activa.

El método científico ¿ars inveniendi?

Muchos hombres, en el curso de muchos siglos, han creído en la posibilidad de descubrir la técnica del descubrimiento, y de inventar la técnica de la invención. Fue fácil bautizar al niño no nacido, y se lo hizo con el nombre de ars inveniendi. Pero semejante arte jamás fue inventado. Lo que es más, podría argüirse que jamás se lo inventará, a menos que se modifique radicalmente la definición de “ciencia”; en efecto, el conocimiento científico por oposición a la sabiduría revelada, es esencialmente falible, esto es, susceptible de ser parcial o aun totalmente refutado. La falibilidad del conocimiento científico, y, por consiguiente la imposibilidad de establecer reglas de oro que nos conduzcan derechamente a verdades finales, no es sino el complemento de aquella verificabilidad que habíamos encontrado en el núcleo de la ciencia.
La ciencia es valiosa como medio para conocer el mundo y verlo con ojos de cambio permanente, y enriquece nuestra disciplina y nuestra forma de analizar los fenómenos. Los fenómenos que se nos presentan los podemos determinar cómo verdades absolutas “dogmas” de acuerdo a los criterios personales, aunque hay muchos criterios de verdad se dice que la verdad es aquella que parece aceptable a primera vista, otras favorecen en las afirmaciones que se creen o no por conveniencia independiente de su fundamento racional o empírico y lo llaman verdades virtuales.

El método experimental

La experimentación involucra la modificación deliberada de algunos factores, es decir, la sujeción del objeto de experimentación a estímulos controlados. Pero lo que habitualmente se llama “método experimental” no envuelve necesariamente experimentos en el sentido estricto del término, y puede aplicarse fuera del laboratorio. Así, por ejemplo la astronomía no experimenta con cuerpos celestes (por el momento) pero es una ciencia empírica porque aplica el método experimental. En lugar de elaborar una definición del término, veamos cómo funcionó en un caso famoso tan conocido que casi siempre se lo entiende mal.

Métodos teóricos

El objetivo de las técnicas de verificación es probar enunciados referentes a hechos por vía del examen de proposiciones referentes a la experiencia (y en particular, al experimento). Este es el motivo por el cual los experimentadores no tienen por qué construir cada uno de sus aparatos e instrumentos, pero deben en cambio diseñarlos y/o usarlos a fin de poner a prueba ciertas afirmaciones.

En qué se apoya una hipótesis científica

Están incorporadas en teorías o tienden a incorporarse en ellas; y las teorías están relacionadas entre sí, constituyendo la totalidad de ellas la cultura intelectual. Por esto, no debiera sorprender que las hipótesis científicas tengan soportes no sólo científicos, sino también extra-científicos: los primeros son empíricos y racionales, los últimos son psicológicos y culturales, cuanto mayor sea la precisión con que ella reconstruye los hechos, y cuanto más vastos sean los nuevos territorios que ayuda a explorar, tanto más firme será nuestra creencia en ella, esto es, tanto mayor será la probabilidad que le asignemos. Esto es, esquemáticamente dicho, lo que se entiende por el soporte empírico de las hipótesis fácticas.

La ciencia: técnica y arte

El arte de formular preguntas y de probar respuestas esto es, el método científico es cualquier cosa menos un conjunto de recetas; y menos técnica todavía es la teoría del método científico. La moraleja es inmediata: desconfíese de toda descripción de la vida de la ciencia y en primer lugar de la presente pero no se descuide ninguna. La investigación es una empresa multilateral que requiere el más intenso ejercicio de cada una de las facultades psíquicas, y que exige un concurso de circunstancias sociales favorables; por este motivo, todo testimonio personal, perteneciente a cualquier período, y por parcial que sea, puede echar alguna luz sobre algún aspecto de la investigación.

martes, 24 de marzo de 2009

CONSTRUYAMOS JUNTOS UN IDEAL POSIBLE

Cuando el hombre se enfrenta con las cosas, no sólo realiza con respecto a ellas operaciones intelectuales como comprenderlas, compararlas o clasificarlas, sino que también las estima o las desestima, las prefiere o las relega: es decir, las valora.

La posibilidad de esta valoración hunde sus raíces en que las cosas aparecen ante el hombre como fuente de posibilidades para realizar posibles proyectos. Pues bien, cuando una realidad brinda las posibilidades adecuadas para la realización de un proyecto entonces es considerada valiosa.

El valor es de la cosa, en cuanto fuente de posibilidades; pero la cosa aparece como valiosa en cuanto situada en el horizonte de un proyecto humano: como posibilidad que debe ser apropiada para realizarlo. Lo que sucede muchas veces es que, acostumbrados como estamos a fijar un precio a las cosas atendiendo a las leyes del mercado, podemos acabar creyendo que no sólo fijamos su precio, sino también su valor. Y conviene no confundir ambos, porque el precio podemos ponerlo, el valor no. “Todo necio confunde valor y precio” decía A. Machado y O. Wilde completa con sabiduría: “el cínico es aquel que conoce el precio de todas las cosas y el valor de ninguna”.

Por último, el hombre puede iluminar muchos proyectos. Pero uno de ellos es irrenunciable: construirse como hombre.

Si se acepta lo dicho, es fácil convenir que la definición de hombre alcanzada en un momento histórico determinado, da lugar a la emergencia de los valores morales para ese momento.

Pues bien, a estas alturas de la historia, consideramos que la definición de hombre alcanzada, en la que no tenemos tiempo de detenernos, determina la emergencia de los siguientes valores morales: la libertad, la igualdad, el respeto activo (tolerancia moral), el diálogo y la solidaridad. No significa esto que no sean necesarios otros valores como la profesionalidad, la lealtad, la fe... sino que los arriba mencionados son los mínimos que debe contener todo proyecto humano, nunca pueden ser negados y deben articular los restantes valores. Y como no se trata aquí de hacer catálogos, sino de averiguar qué valores son indispensables para vivir moralmente, nos ocuparemos sólo de éstos en lo que sigue. Se trata de valores que cualquier centro, público o privado, ha de transmitir en la educación, porque son los que durante siglos hemos tenido que aprender y ya forman parte de nuestro mejor tesoro común.



Todas las nociones de igualdad, tanto políticas (igualdad ante la ley) como económicas (igualdad de oportunidades sociales; igualdad en las prestaciones sociales), hunden sus raíces en una idea fundamental: todas las personas son iguales en dignidad, hecho por el cual merecen igual consideración y respeto.

El valor igualdad presenta exigencias de gran envergadura tanto a la sociedad como a la tarea educativa. Pero creo que hoy es necesario subrayar con fuerza una de ellas. El comienzo de toda igualdad real ( no formal) hunde sus raíces en la condición social, porque aunque los organismos internacionales carguen las tintas en el racismo y la xenofobia, el mayor obstáculo a la igualdad sigue siendo el desprecio al pobre y al débil, al anciano y al discapacitado.
El valor igualdad está encarnado sólo verbalmente en nuestras sociedades. Aún queda mucho camino para que todos gocen de iguales oportunidades vitales. Incluso, el trato en la vida cotidiana, en nuestra vida, sigue el criterio de desigualdad: afable y servil con los encumbrados, rudo y despreciativo con los débiles. Padres y profesores acabamos enseñando como “habilidades sociales” efectivas la relación con los más fuertes, con aquellos que auguran un mejor futuro social. El mundo de relaciones -que no de amistad- con los fuertes se acaba imponiendo.

Por otra parte, en estos tiempos “postutópicos”, “postmodernos”, incluso está a la baja el conseguir mayor igualdad económica y social (ideal que sirvió de motor a tantos movimientos en décadas anteriores). La crisis del Estado de Bienestar parece abonar la idea de que cada persona es responsable de sus éxitos o fracasos vitales, como si no interviniesen en ellos las “loterías” cultural y social.

Pues bien, perder de vista este valor significa no sólo retroceder en humanidad, sino dar muestras de una estupidez bastante considerable, porque no hay mayor necedad que creer que nunca se necesitará la comprensión del otro, la solidaridad del otro para ser tratado como igual.